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04.06.2014

El País | La fotogenia del hormigón

Por E. Fernández-Santos

“El fotógrafo es probablemente el mejor crítico de arquitectura que existe”. Esta frase del británico Eric de Maré (maestro de maestros en lo que se refiere a fotografía de edificios) cierra Fotografía y arquitectura moderna en España (1925-1965), exposición de la Fundación ICO que muestra el papel de los profesionales de la cámara en el conocimiento e interpretación de la arquitectura española que nació a partir de los años treinta.

Una relación tan formal como emocional que va más allá de nombres ya reconocidos como el de Kindel o Català-Roca y que incluye el trabajo de Pando, Paco Gómez o Luis Lladó. “La fotografía de arquitectura, junto a su innegable vocación documental, tiene una curiosa cualidad artística: aisla lo que que captura y le da valor en sí mismo”, explica Iñaki Bergera, comisario de esta exposición que reúne 250 imágenes pertenecientes a archivos familiares de fotógrafos y arquitectos, colegios de arquitectura y colecciones privadas. “Queríamos hacer un puzle, un mapa de mapas en el que se fuese pasando página, de forma cronológica, por la relación este matrimonio”.

La contribución de la fotografía a la difusión y compresión de la arquitectura convierte a una pareja destinada a ser de mera conveniencia en apasionados amantes. Una relación fuerte porque nace de la adversidad y de la imposibilidad. “La arquitectura no es estática, es dinámica, se recorre. Un edificio es una secuencia y por eso se parece mucho más al cine que a la fotografía. La fotografía no puede captar al edificio en toda su dimensión, por eso busca la luz y la atmófera. Una buena fotografía de arquitectura interpela al edificio”. Busca la esencia, en definitiva, de un objeto que se le resiste. “Por ejemplo, las mejores fotos de Kindel”, asegura Bergera, “son las de los poblados de colonización, de donde extrae todo el lirismo y poética de una arquitectura pobre”, asegura Bergera.

De ahí que la mejor fotografía de construcciones tenga una extraña vida, ajena pero vibrante, misteriosa pero auténtica, que su soledad (los edificios siempre lo están) parezca romperse gracias a esa íntima mirada del fotógrafo, en eterna lucha contra el espacio y la geometría.

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