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13.02.2017

Clarín | Los pabellones de Pueyrredón, el mini barrio de Capital con costumbres de pueblo

Los Pabellones de Pueyrredón, el mini barrio de Capital con costumbres de pueblo

Por Nahuel Gallotta
Son 34 y en sus 960 departamentos viven 5.000 vecinos. Se conocen, se juntan en los jardines y hasta armaron unas cien piletas de lona para uso común. “Esto es como un country de laburantes abierto”, resumen. 

Acá se escucha el canto de los pajaritos y hay mucho más verde que cemento. Los vecinos bajan de sus casas y toman mate, o leen, o juegan a las cartas, o arman la mesa y comen en el jardín de cada edificio. Todos se saludan con todos; todos se conocen y saben quién es cada uno. Los nenes andan en bicicleta, patinan, juegan a la pelota y a las escondidas. Pero solos, lejos de sus padres. También disfrutan de las más de cien piletas Pelopincho. La gran mayoría son “comunitarias”: cualquiera puede meterse en cualquiera. Las piletas de lona “duermen” en los jardines a los que pueden acceder hasta los que no viven aquí. Las motos, también. Y vecinos afirman que las puertas de sus edificios no se cierran con llave.

“Es como un country, pero abierto, y de laburantes. Tiene la tranquilidad de un pueblo”, dice “Paco” Monzón, con 64 años viviendo aquí. Lidia Brites, del Pabellón 26, cuenta: “En el Centro se pelean por un pedacito de pasto. Tenés que ver cómo disfrutan los vecinos de nuestros espacios verdes. Toman aire o hacen gimnasia”. “No sé si en otro lado vas a ver algo parecido a cómo vivimos nosotros”, comenta Enrique Villalba, mientras toma mate con su mujer y su hermano, con tango de fondo, en el jardín del Pabellón 32.

Se dice que en una inmobiliaria de la zona hay lista de espera para comprar o alquilar. Que los que se van, porque forman pareja y dejan la casa de sus padres, cuando tienen hijos y ven cómo es su infancia comparada a la que tuvieron ellos, no lo dudan y regresan. Aunque no se crea, está en Capital. A cinco minutos de colectivo de una estación de subte de la Línea B.

El barrio, hoy llamado legalmente General San Martín, está compuesto por 960 departamentos (de 3 y 4 ambientes) agrupados en 34 pabellones (cada uno lleva el nombre de un artista). Cada pabellón tiene su administrador: ellos deciden si pintan o no el pabellón, si se puede jugar a la pelota o comer asado en el Jardín, por ejemplo.

Se encuentra ubicado en Villa Pueyrredón, pegado a la Avenida General Paz, a la altura de Constituyentes, y fue inaugurado en 1950, como “17 de octubre”, para luego pasar a llamarse “17 de agosto”.

Algunos también lo denominaban “Barrio Grafa”, por la cercanía con la fábrica textil y porque una buena parte de sus trabajadores tuvieron acceso a viviendas. Popularmente, se lo conoce como los Pabellones de Pueyrredón o Los Yompas de Pueyrredón. Se estima que la población alcanza las 5 mil personas. Había comenzado a construirse en 1948, en un plan de viviendas que incluyó la construcción de algunos barrios más.

Lidia Brites está en el lugar que más le gusta de su casa: el balcón, tomando aire. Abajo, en el jardín, una mamá se recuesta sobre una colcha mientras sus dos hijos disfrutan en una Pelopincho. Pero Lidia se pone a recordar, y dice que a sus 11 años, cuando con su familia vivían en un inquilinato con baño compartido de Parque Patricios, su mamá le entregó una carta a Evita, en la sede de Huracán. Al tiempo la llamaron y le dieron la opción: o una casa en el barrio Perón (Saavedra) o un departamento aquí. Eligieron por una cuestión de costos de las cuotas y les tocó el Pabellón 26. La mudanza fue en 1951. “Es una maravilla criarse acá. Evita lo fundó para que las madres vieran a sus hijos jugar. Antes de llegar, los vecinos vivíamos hacinados, sin lugar para jugar. Los más grandes fuimos animando a las mamás a que bajen y disfruten de esto”.

Durante las primeras décadas era muy común ver banderas de Argentina y con la cara de Perón, atadas en los balcones. Lidia le pide al cronista que quede bien claro que éste es un barrio peronista. No sólo porque aquí vivieron personalidades como el fotógrafo de Evita o el peluquero de Perón, sino por la "mística". Muchas personas se llaman María Eva o Juan Domingo y es común que los más grandes aprovechen cualquier oportunidad para hablar a los chicos de ellos.

Hace muchos años que le llegan propuestas para que venda. Lidia es rotunda. No lo duda ni un segundo; ni siquiera importan los números de la oferta. “Aquí me crié, querido”, dice. “Mi familia pasó toda su vida acá. ¿Sabés lo que pasar una Navidad o un Año Nuevo brindando abajo, con todos los vecinos? O comer con la familia al aire libre… Mis afectos, mis recuerdos, todo está acá. Ni loca vendo”.

Son las seis de la tarde de un jueves y Enrique Jorge Villalba está haciendo lo de todos los días. Además de trabajar, claro. “Vuelvo a mi casa y le digo a mi mujer de bajar a tomar unos mates. En el verano, después de las cinco de la tarde estamos siempre afuera. Nos quedamos hasta las diez, once de la noche”, cuenta. La mesita es de madera y está rodeada de reposeras. La sombra la hace uno de los tantos árboles. A su lado está la pileta que compraron junto a otros dos vecinos para los nietos.

En el jardín del Pabellón 32, a veces es mate; a veces es una cerveza o un fernet; tragos, picadas. Además de disfrutar del ritual, Enrique está pendiente de los chicos, por más que no sean sus nietos. Ése es un compromiso del barrio: estar atento a los chicos, en el rincón del barrio que se encuentren. Si están en el balcón, lo mismo. Que los miren.

Durante la ronda de mates de la que Clarín forma parte, es muy común que los vecinos pasen, saluden, se queden unos minutos comentando sobre cualquier cosa y se los convide. Su hermano es el encargado de traer un equipo de sonido. Pone tango. Acá se comparte el wifi: los nenes se quedan cerca de su departamento para tener mejor señal en sus celulares. “Las veces que se inundaron algunos departamentos, la primera ayuda fue de los vecinos. Son muy solidarios. Traían ollas de comida o se acercaban para ofrecerte lavar tu ropa. Es común que algunos te den las llaves y te presten su casa de fin de semana. Se hizo muy familiero: se hacen asados o se instalan inflables en los cumpleaños”.

Paco Monzón nació en este barrio. Su familia era de Santa Fe y su papá, mientras trabajaba en Buenos Aires, le entregó una carta a Evita, en el estadio de River. Y así llegaron. Casi setenta años después, toda su familia vive aquí: sobrinos y hermanas, cada uno con sus familias, en distintos Pabellones. Además hace cosas por el vecindario: trabaja como Jefe de Gabinete del Presidente de la Comuna 12.

“Esto es hermoso. Te despiertan los pajaritos”, dice. Lo que también es hermoso es el silencio. A pesar de tener General Paz a metros. Después, cuenta una característica del barrio: concurrir a los mismos lugares. Al Club 17 de agosto, al hipermercado, a misa en la iglesia del barrio Perón.

Alrededor, los chicos juegan. Paco dice cómo se llaman, con qué equipo simpatizan. Ninguno es su nieto. “Somos como guardianes. En otro lugar los vecinos de la vuelta no saben quiénes son. La gente nueva se queda atrapada con el barrio por esa libertad de los chicos para jugar”. Y el cronista de Clarín, durante las tres tardes de recorrida, también.

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